La escultura animada posee una historia larga y extensa. El ser humano siempre se ha dejado seducir ante una figura que reproduzca –incluso mínimamente– alguna acción o movimiento suficiente para aparentar la existencia de un “ánima” o vida. Esta es la razón por la cual la magia de las figuras animadas ha sido utilizada, desde las más antiguas civilizaciones hasta nuestros días, con fines relacionados con la propaganda del poder, la catequesis y devoción religiosa o la pura diversión, ya sea aristocrática o popular.
En España gozamos de la fortuna de tener una amplia y cada vez mejor documentada historia de este género en el que conviven manifestaciones de diferente carácter que agrupamos bajo el término de Teatro de Figuras –abarcando un campo mucho más amplio que el llamado Teatro de Títeres, ya que incluye figuras corpóreas que participaron en ceremonias simbólicas, litúrgicas, celebraciones y espectáculos públicos, así como en el teatro de épocas anteriores al siglo XVII.