SIGLO XIX
En el teatro, el tema del amor ha sido representado de formas muy variadas. Las grandes pasiones de amores imposibles son frecuentes, como el ejemplo icónico del clásico Romeo y Julieta de William Shakespeare.
Se cree que el personaje de Don Juan debía existir ya en el imaginario popular antes de cobrar cuerpo literario. Don Juan, es la ruptura absoluta de todas las normas y reglas preestablecidas. Ni la moral de la iglesia ni la justicia de los hombres tienen valor alguno, únicamente la vida como juego y disfrute tiene sentido. Ese es posiblemente uno de los sueños más antiguos del ser humano: una vida vivida en absoluta libertad, y esa es la mayor pesadilla imaginable para la rígida mentalidad de la España de la Contrarreforma.
Son muy variadas las versiones artísticas que se han realizado. De la época en la que vivió Don Juan (siglo XIV), datan las primeras versiones del mito, debidas a Geoffrey Chaucer. En el siglo XVII es El Burlador de Sevilla, de Tirso de Molina, la obra que da solidez y sienta las bases dramáticas de este personaje. Años más tarde, el francés Molière ayudó a la fama del conquistador con el drama Don Juan. Y en el siglo XIX, José Zorrilla escribió Don Juan Tenorio la obra más representada del teatro español.
En la ópera, también podemos encontrar a Don Juan en el Don Giovanni de W.A. Mozart. En el cine, películas como Sonatas de Juan Antonio Bardem o Don Juan en los infiernos de Gonzalo Suárez. Los escritores como Giacomo Casanova o el Marqués de Sade, tienen grandes similitudes con la personalidad de Don Juan, como grandes seductores en la literatura y el teatro.
El Retablo aquí mostrado es el drama romántico publicado en 1844 por José Zorrilla. La acción transcurre en la Sevilla de 1545, en los últimos años del rey Carlos I de España. Se representa, desde su origen, el Día de los Difuntos en los teatros y en las plazas de España. La obra está estructurada en dos partes:
La primera se divide en cuatro actos. Transcurre en una sola noche.
La segunda se divide en tres actos. Transcurre también en una sola noche, pero cinco años después de los sucesos de la primera parte.
La parte escenificada con títeres en el retablo, corresponde al acto III de la segunda parte. Es la “Muerte y salvación” cuando Don Juan regresa a Sevilla cinco años después de la acción anterior, buscando el antiguo palacio de la familia de los Tenorio y encontrando en su lugar el cementerio donde están enterrados Don Luis y el Comendador, además del resto de las víctimas muertas a manos de él. Admirando las estatuas, Don Juan descubre un sepulcro inesperado, el de Doña Inés (que había muerto de pena al comprender que Don Juan y ella jamás podrían estar juntos a pesar de amarse profundamente). Al final de la obra, durante una cena, suena un aldabonazo y hace su aparición el espectro del Comendador, que intenta arrastrar a Don Juan al infierno. Sin embargo, Doña Inés intercede, consiguiendo el arrepentimiento y la salvación eterna de Don Juan, subiendo ambos al cielo entre una apoteosis de ángeles y cantos celestiales.
Se usa el retablo de puente superior. Los titiriteros trabajan desde un puente sobre la boca escena, disponiendo así de espacio escénico por delante y por detrás. La estética de este tipo de retablos obedece a una época del romanticismo (XIX), una época decadente artísticamente hablando.
La configuración de los títeres es de más complejidad, son de unas medidas en torno a 45 x 50 cm de altura y con unos rasgos anatómicos más realistas al igual que los títeres de la Máquina Real. El sistema de manejo es estrictamente con hilo.



